Píter,
Birra y
Deleuze
O del día en que Píter cayó en la cuenta de que Deleuze era de izquierda.
Birra, acostada en el sillón, lee Derrames II, Aparatos de Estado y axiomática capitalista, de Gilles Deleuze, editorial Cactus, 2017. (>>>)
Recomendaciones para leer al filósofo en clave arquitectura fantástica y nefasta.
No me creo ni un flaneur ni un dandy, pero esas dos palabras que Foucault toma prestada de Baudelaire para describir su propia Aufklärung/Lumières/Ilustración me sirven de excusa para hacer un raconto de la instrumentalización que un orgulloso habitante de latino américa hizo de otro europeo más: Deleuze. Pero antes, ¿por qué el flaneur y el dandy?
Como justificación del laissez faire alrededor de la interpretación de nuestro gran amigo Gilles, de cómo se lo ha leído para justificar las curvas más jugadas (y asesinas de trabajadores) a alguien que es muy claramente parte del agenciamiento del devenir del mayo francés. De cómo su visión de “algoritmo genético” puede ayudar a explicar la historia del mundo como un constante de flujos de mercado que nos hacen aterrizar en los años noventa. De cómo una disciplina lo usó pensando en justificar formas cuando en realidad estaba justificando tecnologías, tecnologías que estaban en muchos más lugares de los que pensaban.
2009
Me fui a Europa en el 2009. En las escuelas de la crisis global se hablaba poco, no más de algún póster que mostraba lo peor de los arquitectos como colectivo, cómo durante las crisis se construye más alto(30s y 70s).
El discurso hegemónico de las casas de estudios parecía más concentrado en darle continuidad a la parafernalia digital, ocupada en cómo complejizar formas y lograr computarlas para su construcción, que en entender realmente cóomo la digitalidad genera espacialidad y termina de desplazar a la edilicia de lo que Foucault llamaba la sociedad disciplinaria. La digitalidad en el proyecto se volvería simplemente otra tecnología como el hormigón o el acero, sería otro de los vectores que convergen en un proyecto que, pudiendo tener más o menos protagonismo, por sí misma no sería lo único importante para operar en la sociedad de la información.
Deleuze amaneció un día metido ahí adentro. A muchos jóvenes entusiastas nos hicieron creer que solo hablaba de complejidades formales, de abstracciones diagramáticas capaz de calzar en cualquier discurso articulado con una serie determinada de palabras. Se había irónicamente convertido en una máquina de justificaciones. Si entendías a Deleuze, sus palabras ahora podían tener un sentido utilitario, podrías ser el arquitecto formalista del capitalismo tardío que el sistema necesitaba. Esto hacía que claramente no se generen muchos cruces con la filosofía, nadie medianamente serio podría pensar que una persona que escribió dos libros con el subtítulo “Capitalismo y esquizofrenia” podría ser el motor del pragmatismo capitalista arquitectónico de los noventa y dos mil. En el 2009/2010 y con una crisis financiera mundial encima, en una pequeña escuela alemana clase “B” para estudiantes internacionales, seguían insistiendo con el abuso de este Deleuze de la derrota.
Un poco de contexto. Estando en plena formación en la Universidad Pública Argentina (FADU-UBA), donde la masividad es la norma, con talleres multitudinarios, dificultades presupuestarias, déficit infraestructural pero con la oportunidad de recibir una de las mejores formaciones a nivel global, llegar a la pequeña ciudad de Dessau en Sachen Anhalt, Alemania, fue un impacto muy grande. Importante aclaración, la UBA hoy en día funciona a fuerza de la precarización de sus docentes, tradición que de ponerse en crísis será también su perdición.
2010
En la que en un principio fue una depresiva vuelta a la Argentina con renovadas convicciones políticas colectivas, alentada en un principio por el viento en popa que propulsó el precio de las commodities y empezando a ver sus primeros problemas económicos, me encontré con lecturas que destrozaron al Deleuze pragmático. En el artículo de Eyal Weizman (que llegó a mis ojos a través de los cursos de Pio Torroja en 2010, titulado “Caminar atravesando muros”, ese pragmatismo de mode en Europa era puesto en ridículo ya como una tecnología. El ejército israelí estaba leyendo a Deleuze y haciendo de las máquinas de guerra y los espacios lisos tecnologías con las cuales destruir al enemigo Palestino. Aquí la interpretación de lo liso no daba lugar a geometrías complejas, intentos de “alisamientos” de superficies. No, esto era muy distinto... Alisar oprimía, lastimaba y mataba y el vector de esa fuerza era la colonización, la disputa por el territorio. Deleuze era peligroso y no solo por su uso cómplice de una profesión/disciplina/práctica, sino por el uso militar y tecnológico que tenían sus palabras.
¿Qué queda entonces de Deleuze para pensar?
En principio, porque la vida sigue su curso y por suerte no quedó otra más que meterse bien adentro de la realidad latinoamericana, volver al muerto francés algo propio, algo ajeno a esas realidades europeas y a estos novedosos colonialismos. Deleuze es parte del territorio en disputa, de una batalla que parece ajena para la arquitectura pero que es imposible de escaparle, la lucha por el lenguaje.
Más allá de Deleuze, lo mismo sucede con la arquitectura, con la cultura edilicia, con el diseño, con la cultura. Las cosas que se traen de afuera aquí son vehículos de prácticas personales, pero muy pocas veces se vuelven maneras de pensar un territorio, una cultura o una vida. De esa manera aparece el colonialismo, en la automatización del valor de lo extranjero, en cómo esas ideas extrañas nuevas van a venir a hacer algo que nadie en ese plan hizo.
El año empezó en México, siguió en Chile y terminó en Zoom.
La experiencia de Chile sirvió para entender que la fuerza de transformación que había en Deleuze en Europa me había llegado apagada, chata. En Santiago, estallada por los años de sedimentación de la continuidad pinochetista en democracia, era una fuerza potente para pensar devenires que antes parecían imposibles. Deleuze en la plaza de la dignidad era una vector de fuerza, un reconocido hijo del 68. Gilles en latinoamérica tiene toda la fuerza de la insurgencia, porque latinoamérica necesita mantener prendida esa fuerza, necesita pensar nuevos futuros posibles, nuevas formas de democratizar la propiedad y de devolver a los pueblos y al territorio lo que se le ha negado desde 1492.
1. Texto de Michel Foucault, ¿Qué es la ilustración? escrito en 1984. Inédito hasta Abril de 1993, cuando fue publicado por la revista Magazine Littéraire 309.
No me creo ni un flaneur ni un dandy, pero esas dos palabras que Foucault toma prestada de Baudelaire para describir su propia Aufklärung/Lumières/Ilustración me sirven de excusa para hacer un raconto de la instrumentalización que un orgulloso habitante de latino américa hizo de otro europeo más: Deleuze. Pero antes, ¿por qué el flaneur y el dandy?
Como justificación del laissez faire alrededor de la interpretación de nuestro gran amigo Gilles, de cómo se lo ha leído para justificar las curvas más jugadas (y asesinas de trabajadores) a alguien que es muy claramente parte del agenciamiento del devenir del mayo francés. De cómo su visión de “algoritmo genético” puede ayudar a explicar la historia del mundo como un constante de flujos de mercado que nos hacen aterrizar en los años noventa. De cómo una disciplina lo usó pensando en justificar formas cuando en realidad estaba justificando tecnologías, tecnologías que estaban en muchos más lugares de los que pensaban.
2009
Me fui a Europa en el 2009. En las escuelas de la crisis global se hablaba poco, no más de algún póster que mostraba lo peor de los arquitectos como colectivo, cómo durante las crisis se construye más alto(30s y 70s).
El discurso hegemónico de las casas de estudios parecía más concentrado en darle continuidad a la parafernalia digital, ocupada en cómo complejizar formas y lograr computarlas para su construcción, que en entender realmente cóomo la digitalidad genera espacialidad y termina de desplazar a la edilicia de lo que Foucault llamaba la sociedad disciplinaria. La digitalidad en el proyecto se volvería simplemente otra tecnología como el hormigón o el acero, sería otro de los vectores que convergen en un proyecto que, pudiendo tener más o menos protagonismo, por sí misma no sería lo único importante para operar en la sociedad de la información.
Deleuze amaneció un día metido ahí adentro. A muchos jóvenes entusiastas nos hicieron creer que solo hablaba de complejidades formales, de abstracciones diagramáticas capaz de calzar en cualquier discurso articulado con una serie determinada de palabras. Se había irónicamente convertido en una máquina de justificaciones. Si entendías a Deleuze, sus palabras ahora podían tener un sentido utilitario, podrías ser el arquitecto formalista del capitalismo tardío que el sistema necesitaba. Esto hacía que claramente no se generen muchos cruces con la filosofía, nadie medianamente serio podría pensar que una persona que escribió dos libros con el subtítulo “Capitalismo y esquizofrenia” podría ser el motor del pragmatismo capitalista arquitectónico de los noventa y dos mil. En el 2009/2010 y con una crisis financiera mundial encima, en una pequeña escuela alemana clase “B” para estudiantes internacionales, seguían insistiendo con el abuso de este Deleuze de la derrota.
Un poco de contexto. Estando en plena formación en la Universidad Pública Argentina (FADU-UBA), donde la masividad es la norma, con talleres multitudinarios, dificultades presupuestarias, déficit infraestructural pero con la oportunidad de recibir una de las mejores formaciones a nivel global, llegar a la pequeña ciudad de Dessau en Sachen Anhalt, Alemania, fue un impacto muy grande. Importante aclaración, la UBA hoy en día funciona a fuerza de la precarización de sus docentes, tradición que de ponerse en crísis será también su perdición.
2010
En la que en un principio fue una depresiva vuelta a la Argentina con renovadas convicciones políticas colectivas, alentada en un principio por el viento en popa que propulsó el precio de las commodities y empezando a ver sus primeros problemas económicos, me encontré con lecturas que destrozaron al Deleuze pragmático. En el artículo de Eyal Weizman (que llegó a mis ojos a través de los cursos de Pio Torroja en 2010, titulado “Caminar atravesando muros”, ese pragmatismo de mode en Europa era puesto en ridículo ya como una tecnología. El ejército israelí estaba leyendo a Deleuze y haciendo de las máquinas de guerra y los espacios lisos tecnologías con las cuales destruir al enemigo Palestino. Aquí la interpretación de lo liso no daba lugar a geometrías complejas, intentos de “alisamientos” de superficies. No, esto era muy distinto... Alisar oprimía, lastimaba y mataba y el vector de esa fuerza era la colonización, la disputa por el territorio. Deleuze era peligroso y no solo por su uso cómplice de una profesión/disciplina/práctica, sino por el uso militar y tecnológico que tenían sus palabras.
¿Qué queda entonces de Deleuze para pensar?
En principio, porque la vida sigue su curso y por suerte no quedó otra más que meterse bien adentro de la realidad latinoamericana, volver al muerto francés algo propio, algo ajeno a esas realidades europeas y a estos novedosos colonialismos. Deleuze es parte del territorio en disputa, de una batalla que parece ajena para la arquitectura pero que es imposible de escaparle, la lucha por el lenguaje.
Más allá de Deleuze, lo mismo sucede con la arquitectura, con la cultura edilicia, con el diseño, con la cultura. Las cosas que se traen de afuera aquí son vehículos de prácticas personales, pero muy pocas veces se vuelven maneras de pensar un territorio, una cultura o una vida. De esa manera aparece el colonialismo, en la automatización del valor de lo extranjero, en cómo esas ideas extrañas nuevas van a venir a hacer algo que nadie en ese plan hizo.
El año empezó en México, siguió en Chile y terminó en Zoom.
La experiencia de Chile sirvió para entender que la fuerza de transformación que había en Deleuze en Europa me había llegado apagada, chata. En Santiago, estallada por los años de sedimentación de la continuidad pinochetista en democracia, era una fuerza potente para pensar devenires que antes parecían imposibles. Deleuze en la plaza de la dignidad era una vector de fuerza, un reconocido hijo del 68. Gilles en latinoamérica tiene toda la fuerza de la insurgencia, porque latinoamérica necesita mantener prendida esa fuerza, necesita pensar nuevos futuros posibles, nuevas formas de democratizar la propiedad y de devolver a los pueblos y al territorio lo que se le ha negado desde 1492.
1. Texto de Michel Foucault, ¿Qué es la ilustración? escrito en 1984. Inédito hasta Abril de 1993, cuando fue publicado por la revista Magazine Littéraire 309.