Trilogía del
Picador urbano




#cuerpos #infraestructura #fibra óptica

por Santi Love


Santiago Nicolás Lovecchio es arquitecto basado en Buenos Aires. En el marco de sus estudios de posgrado de historia y cultura de la arquitectura y la ciudad, donde explora el problema de la tipología en arquitecturas sin arquitectos, hace una deriva sobre lazos entre cultura urbana y sexualidad contemporànea. Aquí, la homo-sexualidad masculina entra en escena a partir de la incursión en la deriva digital –y material– de grindr. Esta experiencia se aleja de la sola producción, reproducción e irradiación de un ser sexual, como en muchos sitios web xxx, aquí el GPS acerca lo individual a la urbanidad de primera mano, al cruising simultáneo.



ARMARIO / CRUCERO


El armario (o closet) se presenta como el espacio dentro de la casa promedio de clase media, de mayor introspección e interiorismo, en el cual el cuerpo se libera de las restricciones que forman la vestimenta de su performance en el mundo. El espacio del armario, como lugar simbólico de liberación de la oprimida homosexualidad en el espacio público, representa lo que Freud llamó unheimlich, el peligro oscuro que se vive, no solo en un lugar distante, sino dentro de la casa misma.

Arquitectura y psicología se fusionan en una anticomposición fantástica. El YO se espeja a sí mismo en su casa, el lugar que se supone debería ser su hogar en el mundo. Tan pronto como entra en este espacio, sin embargo, se encuentra a si mismo removido de lo racional, lo relacional, y lo ordenado del mundo del afuera, y debe confrontar su lado femenino, su pasado y su propia muerte. (Betsky, 1997:91)


En el armario, ese peligro casi sublime se traduce en la condena social (y en varios lugares, legal), de la práctica homosexual en el espacio público. Eve Kosofsky dijo en Epistemología del armario: “el armario es la estructura que define la opresión gay en este siglo”, refiriéndose al siglo XX y sosteniendo que se constituye como el espacio del secreto. Según D. A. Miller, el secreto puede funcionar como la práctica subjetiva en la que se establecen las oposiciones de público/privado, dentro/fuera, sujeto/objeto y se mantiene inviolada la santidad de su primer término. “[E]l fenómeno del ‘secreto a voces’, como se podría pensar, no provoca el desmoronamiento de estos binarismos y sus efectos ideológicos, sino que constata su fantasmagórico restablecimiento” (Kosofsky, 1998).

El binarismo sujeto/objeto, que puede ser leído en términos de individuo/colectivo, pone de manifiesto la individualización y subjetivación de la construcción –o mejor dicho, performance– del armario. El ‘secreto a voces’ constituye la intersubjetividad construida en relación al hecho simbólico de ‘salir del armario’, rito de pasaje de lo individual-doméstico a lo colectivo-público. Si bien el salir del armario supone un acto de empoderamiento del individuo homosexual, la sociedad persiste, en gran medida, sosteniendo una presunción normalizadora de heterosexualidad. En ese sentido, como sostiene Kosofsky, cada encuentro con una nueva clase de estudiantes –y no digamos ya con un nuevo jefe, un trabajador social, un prestamista, un arrendador o un médico– levanta nuevos armarios, cuyas tirantes y características leyes ópticas y físicas imponen, al menos sobre las personas gays, nuevos análisis, nuevos cálculos, nuevas dosis y requerimientos de secretismo o destape.

Este espacio doméstico vinculado al armario encuentra su reflejo público-urbano en el espacio del cruising. La traducción literal es navegar, pero refiere a la práctica de mantener relaciones sexuales con personas del mismo sexo en lugares de acceso público, a partir de una deriva por la ciudad, una experiencia flaneur.

Cruising es (...) una red de rutas que los hombres queer (y a veces las mujeres) usan como la expresión física de su comunidad. Hace real a un espacio que es esencialmente invisible, que actúa como un ‘contraespacio’ al espacio transaccional emergente de la ciudad de la clase media (Betsky, 1997:142).

Es un espacio efímero, heterotópico, que aparece y desaparece en tanto las condiciones son las adecuadas; los sitios marcados por Marc Augè como ‘no lugares’ son los predilectos a sufrir esta transformación: un callejón desolado, un baño público, una estación de tren o un parque se convierten en verdaderos espacios de liberación y placer al momento del encuentro entre cuerpos anónimos que se desean. Estos espacios son sólo conocidos a partir de saber identificar los signos particulares, tanto en gestos de individuos y colores de ropa, como en marcas espaciales concretas. No sólo los espacios marginales de la ciudad, re-significados efímeramente, proporcionan esas posibilidades.

El efímero espacio del cruising ha sido expuesto como una nostalgia de la construcción histórica de la identidad homosexual-global. Si bien la industria de la pornografía nunca dejó de explotar los lugares de la cultura homosexual, en el 2018, la exhibición Cruising Pavilion, curada por Pierre-Alexandre Mateos, Rasmus Myrup, Octave Perrault y Charles Teyssou en el marco de la décimo sexta edición de la Bienal de Arquitectura de Venecia, puso en evidencia la neo-liberalización definitiva de estos espacios efímeros a la sociedad heteropatriarcal. Montada sobre un escenario que pretende emular los tradicionales espacios marginales del cruising, se exponen trabajos que aportan sobre su conceptualización, pero (casi) olvidando que lo que transforma a ese espacio en uno queer no es el entorno físico solamente, sino la performance que se ejecuta en él –cosa en la que se basa la producción de estos escenarios en la pornografía.



PANTALLA / PIEL 



Flavia Costa, docente e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, comenta sobre lo que ella ha denominado “las formas de vida tecnológicas”. Trabaja sobre el concepto desarrollado por Scott Lash, quien define las formas de vida a partir del entrecruzamiento entre realidades naturales-biológicas y sociales-culturales. Las Formas de vida tecnológicas aparecen cuando se agrega un tercer término de entrecruzamiento, que es la técnica, donde hay una expansión más allá de los límites antropomórficos del cuerpo propio (Costa, 2011), es decir, una extensión que se materializa en tecnologías. Según Costa, las Formas de vida tecnológicas, ponen de relieve la conexión íntima entre dos procesos habitualmente analizados por separado: la progresiva politización de la vida biológica –o la biologización de la política, la biopolìtica foucaultiana– y la creciente tecnificación de los procesos productivos, de las capacidades humanas y de los modos de vida.

La serie web de Netflix Black Mirror, presenta en sus episodios una serie de historias de futuros cercanos, con un tinte distòpico, donde los dispositivos tecnológicos regulan la vida de las personas: desde redes sociales que condicionan el status social, laboral y económico; hasta la posibilidad de hacer copias exactas de memorias y procesos de sinapsis del cerebro humano, pudiendo crear ‘copias’. La referencia del título de la serie es hacia la pantalla negra, cuando apagada. Si bien se centra en un devenir ficcionado, resuena sobre los modos en los cuales comprendemos el mundo desde hace siglos. El black mirror es también el Claude Glass, un dispositivo del siglo XVIII, popularizado entre los viajantes, para observar paisajes. El usuario debía usar este dispositivo abriéndolo (físicamente se parece a una polvera portátil con un espejo, que en este caso teñido en sepia u oscurecido químicamente) y mirando, de espaldas al objetivo a observar, el reflejo del mismo en el espejo teñido. La imagen obtenida no era la realidad empírica, sino una construcción paisajística y romántica de la misma; una representación filtrada por el dispositivo, que afecta la comprensión e interpretación del mismo.

En ese sentido, Lash sostiene que no nos fusionamos con los sistemas tecnológicos a través de los cuales comprendemos el mundo; Costa se distancia de él, y supone que sí podemos fusionarnos puesto que, como en las historias de Black Mirror, los implantes dentro del propio cuerpo son parte de nuestra vida cotidiana. Aquí, como cuando Paul Preciado compara la arquitectura de la cárcel de Bentham con la del dispenser de la pastilla anticonceptiva al conceptualizar el farmacopoder, se evidencia el carácter biopolítico al cual hace referencia Costa.


En el marco de la sociedad farmacopornográfica, los nuevos dispositivos de captura y gobierno de la vida se han incorporado directamente al cuerpo, como el panóptico en una pastilla. Y aunque exteriorizado en la palma de la mano, la extensión tecnológica del cuerpo que domina la escena global, es el teléfono celular con GPS. La pantalla de alkali-aluminosilicato se convierte, como dice Andrés Jaque, en piel humana conectada.




PERFIL / GRILLA



En el año 2016 Betsky decía “esto está matando lo que queda de la arquitectura” mientras mostraba en una pantalla la fotografía de un teléfono celular de última generación, en el marco de la conferencia “Architecture beyond building”. Durante su presentación, mencionó, casi al pasar, que había leído un artículo en el New York Times donde se señalaba que los bares gays de NYC estaban cerrando, porque los hombres ya no los necesitaban para conocer a otros hombres. Ese espacio de sociabilidad se había trasladado a la virtualidad.

En grindr, todas las variables que conforman el ‘perfil’ del usuario están servidas en catálogo, en constante expansión. Una taxonomía que la cultura masculina hetero-homosexual ha cristalizado. Crear el perfil es más que un acto de vanidad, como dice Jaque, es un acto de urbanidad, como regar las plantas de la ventana o no tirar basura en la calle. Es la manera en la que se emerge en el espacio de la red social y se contribuye en la producción del espacio común-neoliberal, donde cada uno se constituye como empresario de sí, en un marco competitivo y normativo que se autorregula (Jaque en Rees, 2017).

La grilla de la interfaz despliega las imágenes como entidades virtuales en esa realidad. Hay una propia construcción del ser individual en un cuerpo-político virtual. Cuerpo en tanto representación –en tanto el acto de construir esa representación es en sí mismo un hecho urbano y político en el ágora virtual de la pantalla–, donde se colectiviza la normada individualización.

Perfiles con imágenes: siluetas masculinas genéricas en tonos de gris; rostros, con o sin gafas; torsos desnudos en espejos de gimnasio, torsos cubiertos; cuerpos desmembrados: piernas, pies, brazos, espaldas, culos; paisajes, memes, viajes, familiares, de animales. En efecto, cosas que reflejan lo que uno mismo se pretende ante esa comunidad. Es una forma asociativo-comunicativa, de membresía relativamente voluntaria, con objetivos y composición cambiante donde las personas son (auto)convocadas a realizar tareas que pueden caracterizarse como ‘de gobierno’, de si o de los otros (Costa, 2011).

Los nombres y descripciones contribuyen a la realización de estas tareas en la plataforma; están aquellos que explícitamente buscan encuentros sexuales y otros que la utilizan como un espacio de sociabilización donde el encuentro sexual no es condición sine qua non. Los límites entre una sala de chat (que físicamente se traduce en el bar gay) y un espacio de cruising se hacen evidentes. Grindr es una zona en sí misma. No es una ciudad, según Jaque: más que una ciudad, grindr es un archiurbanismo, que no es ni completamente virtual ni físico. Más que construido, es performativo. Y esa performance domina y moldea ambos mundos.

Cada uno de esos casilleros muestra un recorte en miniatura de la fotografía de perfil, así como el nombre que se haya seleccionado y con un punto color verde se indica si el usuario está o no en línea en ese momento. Para aquellos que tienen activada la opción de mostrar su distancia y su GPS activado, la pantalla mostrará los metros que separan al usuario de ese perfil.

Si bien se presentan identidades virtuales, moldeadas a medida, todos los usuarios de la aplicación tienen una posición geográfica determinada, y no son entidades puramente virtuales, sino que están físicamente presentes en espacios y son capaces de gestionar eficazmente los tiempos, las modalidades de aparición y ‘performance’ en cada situación de contacto (Costa, 2011).

Es un mapa mental de interioridades arquitectónicas, el mapa de una experiencia flaneur de la ciudad (representado aquí en una escala barrial y personal), de un nuevo tipo de cruising a partir de las vinculaciones virtuales y espaciales entre los interiores. Estas relaciones íntimas-interiores se producen tanto en el espacio virtual como en el físico –acaso todo el espacio genérico– pero dejan de lado, ya completamente, los espacios de sociabilización otrora específicos. Hasta el ‘tradicional’ lugar de cruising, en el espacio público-urbano, se reduce a un mero espacio de circulación. En el lugar propio o del otro.

Es esta la circulación del capital propio que es el cuerpo, muchas veces envuelta en una transacción donde cada uno es el gerente de su propio placer. Es además, la posibilidad de entrar en el armario del otro.


REFERENCIAS
Betsky, A. (1995), Conferencia Queer Space.
Betsky, A. (1997), Queer space, Architecture and same-sex desire, New York: William Morrow – HarperCollins Publishers.
Betsky, A. (2016), Conferencia Architecture beyond building.
Costa, F. (2011),
“Apuntes sobre las ‘formas de vida tecnológicas’”, en Revista Sociedad No 29/30.
Jaque, A. (2017), “Grindr archiurbanism”, en Log, no 41, Anyone Corporation.
Kispert, P. (2016), “Not just a meat market: On Grindr, Nico Hines and rejecting shame”, en Salon.
Kolb, J. (2017), “The end of queer space?”, en Log, no 41, Anyone Corporation.
Kosofsky, E. (1998) Epistemología del armario. Barcelona: Ediciones de la tempestad.
Ortiz, F. (2015) Inside.
Preciado, P. (2020): Testo Yonqui: sexo, drogas y biopolítica, Barcelona: Anagrama.
Rees, J. C. (2016) “Andrès Jaque, sex apps, and intimate strangers - A candid interview”, en Run Riot.