REPORTE SEMANAL #2
FINES DE
MAYO DE 2021



La línea de cal que regula con una claridad entre arquitectónica y legal la relación entre el adentro y el afuera, se rompió. Entre pandemia y movilizaciones sociales de gran escala (luchas que se toman las calles alrededor del continente: Bolivia, Chile, Perú, Ecuador, Brasil, Venezuela y ahora Colombia), por fin el fútbol -la tele- nos permite ver, aunque sea por unos segundos, algo de lo que está pasando más allá de los bordes de la cancha.


La pelota debe atravesar el espesor completo de la línea de cal, sino, no entró. Que la pelota entre o no es fundamental. Que la pelota haya salido o no, en la jugada que precedió a esta, también. El fútbol, como muchos otros deportes, marca con cal el verde y plano césped para definir con una claridad tajante, definitiva, ¿indiscutible?, el borde entre el interior y el exterior, o sea, la cancha. Aunque ‘cancha’ (en su polisemia) sea también la palabra que usamos para llamar a lo que rodea al rectángulo de cal. Afuera, todo está permitido: en Argentina, por tomar un caso, putear a los policías, a los bolivianos, a los negros, a los ingleses, a los militares, a los putos, a los maricas, a las minas, a los malos, a los troncos, a los rivales, a los otros, cagarse a trompadas, matar a cuchilladas, emboscar entre veinte a uno, llenarle de tiros la puerta de la casa, amenazar de muerte, negociar entradas, apretar a los jugadores, revender entradas. Adentro, no. Adentro si la tocas con la mano, tiro libre o penal. Si haces tropezar a otro, tiro libre o penal. Si puteás, tiro libre y tarjeta. Si reputeás, tiro libre y roja. Si el paso de la pelota a través de la línea del arco es gol, la forma más emocionante para que un cuerpo salga del campo es una buena patada, una buena puteada, y una tarjeta roja que lo mande al vestuario como un héroe incomprendido.



River es un equipo de Buenos Aires, de la zona cheta de Buenos Aires (corredor norte, cerca de la General Paz, contra el río; aunque no siempre fue así). Bueno, River jugó el 19 de mayo de 2021, de local en su estadio, contra Independiente Santa Fé, un equipo de Bogotá, por la copa Libertadores de América. La copa Libertadores de América se llama así “en honor a los líderes de las guerras de independencia hispanoamericanas y brasileña de América del Sur”. Es un torneo que se juega entre los mejores (ponéle) equipos de (casi) todos los países sudamericanos. El partido tuvo una serie de acontecimientos muy particulares dentro del campo de juego. Primero, River no tenía suplentes. Segundo, un mediocampista fue al arco. Esto, que parece más bien una situación de equipo adolescente amateur un domingo a la mañana después de una noche de juerga y olvido, es inédito en el fútbol profesional (obvio que ya pasó, pero tendría que buscar en google, pueden hacerlo ustedes). El resto del plantel profesional estaba contagiado con covid y no podían ni jugar, ni ir al banco, ni ir a la cancha a alentar. La burbuja anticovid de la que el fútbol se jacta y nos refriega en la cara se había pinchado y un pequeño coronavirus se entrometió y se hizo un festín. De más está decir que el estadio estaba vacío ya que nadie puede ir a la cancha. Los partidos se juegan exclusivamente para la televisión, pero todavía desde estadios (este en particular tuvo una transmisión récord, por la épica que implicaba la lucha contra la adversidad). La tele, para que no sea tan deprimente, recurre a su ingenio característico y le mete sonido ambiente de otros partidos (como en la playstation) y una especie de foto re pixelada de gente con los colores de los equipos en las tribunas. Para darle ambiente. River ganó 2-1 y se volvió noticia viral. El improvisado arquero es casi héroe nacional (acá podés comprarte un muñequito alegórico).

Dos semanas antes, el 5 de mayo, River había jugado de visitante con el mismo equipo. Fue 0-0. En ese partido la burbuja anticovid no se había pinchado, y jugó con todo el plantel a disposición. Lo particular fue que el partido, que se debía jugar en Bogotá, se jugó en Asunción del Paraguay. Las movilizaciones sociales que se extienden por todo Colombia desde hace ya un mes sin parar no permitían que el gobierno, la policía y el club pudieran dar las garantías de seguridad para el normal acontecer del partido de fútbol. Ah, me faltó aclarar eso. A pesar de que no se pueda entrar a la cancha si el partido está en juego (suplentes, auxiliares, jueces de línea, médicos y otros deben esperar a recibir permiso del árbitro para poder atravesar la línea de cal), hay hinchas que no respetan eso. Es famoso el fanático de central que entró y salvó un gol de Newell’s (lo podés ver acá, es notable). Pero esto no está permitido. Y con un país entero movilizándose -a partir de un intento de modificación tributaria- contra la injusticia social, política y económica, no se podía garantizar la impermeabilidad de la línea de cal. Entonces, la Conmebol decidió trasladar el partido a un país “neutral” (como si fuera Suiza en la segunda guerra, pero sin el oro: Paraguay). De esta forma, pudimos disfrutar del espectáculo futbolístico sin que nadie moleste. 23 tipos adentro, el estadio vacío por pandemia, el pueblo bien sentadito en el sillón frente a la tele alrededor de todo el continente.

Entre ambos partidos, el 12 de mayo, River también había jugado otra fecha de la Libertadores. Fue empate 1-1 con Junior. River era visitante. Esta vez sí, el partido se jugó en Colombia, en Barranquilla, donde está la cancha de Junior. Pareciera que una semana después del partido anterior, el gobierno colombiano se tenía más confianza, o así se lo pudo transmitir a la Conmebol (la organización de fútbol del continente), y el partido se jugó donde se tenía que jugar. A pesar de que las movilizaciones sociales en Colombia no habían perdido intensidad y las denuncias por la violencia y asesinatos por parte de las fuerzas represivas del gobierno de Duque se seguían sucediendo, Junior jugaría -jugó- de local. Si el fútbol puede tener burbujas en medio de pandemias mundiales que dejan cientos de miles de muertos, colapsan sistemas de salud y nos dejan a todos encerrados en nuestras casas, también puede controlar que por 90 minutos una muchedumbre fuera de control no se vaya meter dentro de un estadio y cruzar la línea de cal. Después de todo, eso es un estadio: una coraza de miles de toneladas de hierro y hormigón que separa con contundencia el sacro mundo del espectáculo deportivo del resto de los mortales y sus arquitecturas de poca monta.




Los jugadores llegaron al campo de juego en buena forma, el pitazo inicial sonó a la hora que tenía que sonar, la pelota rodó, y todos abrimos sincronizadamente nuestra cerveza frente al televisor para reunirnos como continente y disfrutar de una copa que es un homenaje a nuestra libertad nacional y política. Todo iba bien en la transmisión, hasta que en el minuto 13 el comentarista dice “ya parece irrespetuoso hablar de fútbol cuando están sucediendo hechos lamentables fuera de la cancha”. Pero en el minuto 19 Junior hace un gol y el grito del relator tapa lo que fuera que estuviera sucediendo afuera (del encuadre de la tele y de la cancha). River perdía y no jugaba bien, la primera lata de cerveza se empezaba a terminar y en el minuto 23 se ve que Gallardo, el técnico de River, está con toda la cara roja y llorando. Entonces varios jugadores se llevan las manos a la cara y se ve que entraron gases lacrimógenos y se empiezan a escuchar con mayor claridad los estruendos de las protestas que rodeaban al estadio. No duró mucho la interrupción. El viento hizo lo suyo, seguramente la mano dura de la represión policial colaboró con su parte, y el partido pudo ser retomado unos minutos después como si nada hubiera pasado más allá de ese llanto ocasional.




En solo 15 días River recorrió el continente como parte de este vínculo que el fútbol teje. Lamentablemente, es posible pensar que no hay instancia que dé más cuenta de la idea de la patria grande, que ésta (¿o alguien quiere invocar al Mercosur o al grupo de Lima?!?). La línea de cal que regula con una claridad entre arquitectónica y legal la relación entre el adentro y el afuera, se rompió. Entre pandemia y movilizaciones sociales de gran escala (luchas que se toman las calles alrededor del continente: Bolivia, Chile, Perú, Ecuador, Brasil, Venezuela y ahora Colombia), por fin el fútbol nos permite ver algo de lo que está pasando más allá de los bordes de la cancha.

Colombia es uno de los organizadores de la próxima Copa América (otro de los momentos continentales del espectáculo) que se debería jugar en unas semanas más (mientras escribimos esto, Chile queda desechado como alternativa -su avance vacunatorio no fue argumento suficiente considerando la crisis social en curso- y Bolsonaro parece haber seducido a la Conmebol para que se juegue en Brasil). Colombia, la lindera de las reservas petroleras venezolanas, la tierra de conflictos centenarios, la de la imagen estereotipada del narcotráfico globalizada por el cine gringo, hoy intenta levantarse como un nuevo paraíso del progreso. Ese progreso que cada tanto hace algún experimento por nuestras tierras y en general deja miseria planificada y un par de torres de vidrio para la foto.

Contra el control hegemónico de los medios de comunicación que caracteriza a nuestro desigual continente, se filtra un pueblo al que le duelen los siglos de injusticia, las falsas promesas del desarrollo y las violentas represiones policiales y militares. El fútbol, que en nuestra tierra lleva la marca de lo popular y la contradicción de su cooptación mediático-económica, todavía permite filtraciones. Por una grieta de la pared de un estadio, un poco de gas lacrimógeno (ese mismo que vimos en los últimos años en las calles de tantas ciudades) y algún estruendo de esas balas de gomas que se llevan los ojos, se viralizan. Por un momento, el continente entero puede ver, en vivo y en directo y con rating futbolístico, lo que pasa en sus calles.




Esa línea de cal y ese monstruo de hormigón, preparados para filtrar cuerpos y botellazos, no estaban preparados para ese aire nauseabundo con el que las policías inundan las calles aglomeradas de gente. El gas puede irritar los ojos y aun así no verse por la tele. Pero los estruendos ya no se confunden con los fuegos artificiales del festejo futbolero. La ausencia pandémica de hinchas dejó un silencio que en el caso colombiano da cuenta que el pueblo no estaba viendo tele en la casa, sino que luchando en las calles.

Tantas balas, tanto gas, tantos blindados, tanta yuta, tanto paco, tanto rati, tanto milico, tanta repre, tanta violencia, tantos golpes, tantos bastonazos, tantxs muertxs, tantxs heridxs, tantxs tuertxs, tantxs torturadxs, tantxs violadxs, y tanto fútbol en la tele. No alcanzan la cal ni el hormigón, ni los cortes editoriales ni los goles. Son las mismas armas de sus policías las que se entrometen en su transmisión.