CASA
CUERPO


por Hann Peliowski

Casa/cuerpo, cuerpo/casa.

Esta casa no es mi casa.
Este cuerpo no es mi cuerpo.
Solo habito aquí.
¿Pero qué significa el habitar?
Se habita el cuerpo, se habita la casa,
se habita la ciudad, la comunidad, la nación, la identidad.

El habitar no es sólo vivir en un espacio,
es también formar parte,
crear una relación simbiótica con el espacio
a través del tiempo, con lo material, con la forma efímera.
El habitar es una práctica
–requiere dedicación, experimentación, exploración.
La casa y el cuerpo son ambos mis lugares,
habitados temporalmente.
Estoy constantemente cambiando de casa
y cambiando de cuerpo,
modificando mi hogar
–y ya me quiero mudar.

El cuerpo, como la casa, son espacios que se utilizan:
habitar también significa utilizar.
Ocupar, reclamar, recuperar espacio.
¿Serán entonces comodidades?
¿Se pueden mercantilizar,
vender, devolver, rediseñar, capitalizar?
Mi cuerpo, mi casa, no son muy valiosos en el mercado
–son distintos a lo que se espera normalmente
de un cuerpo, de una casa.
No cumplen con muchas normas
estructurales, legales, sociales, estéticas.
Más que nada, no caben dentro de las definiciones
de categorías ni de casa, ni de cuerpo.
¿Quién quiere un cuerpo, una casa así?
¿Quién querría habitar en lugares tan extraños, inexplicables, misteriosos?
No tengo respuesta,
sólo sé que muchas veces me gustaría irme de aquí,
empezar de cero,
vivir en otro lugar.

Puertas adentro, la situación es distinta.
Mi hogar, mi género, es donde logro reconocerme a mí mismo.
Es el interior, lo invisible, lo que se siente como yo.
Ambos lugares están conformados,
no de materia, sino de energía:
estoy impregnado en las paredes, en la voz, en el ambiente.
Pero el exterior, la materia, la vasija no se sienten míos.
No son parte de mí,
no son yo.
Esta desconexión con lo material me enloquece,
me enerva, me despersonaliza.
No sé como apropiarme de mi lugar en este mundo.

¿A quién le podría pertenecer mi cuerpo, mi casa?
No me representan, no me acomodan, no se sienten míos.
Por más que me cambie de forma,
ningún lugar se siente mío –no pertenezco a ningún sitio.
El hogar lo podría constituir yo,
el género lo podría crear yo,
pero ¿quién es lx dueñx de mi materialidad?
¿Será del gobierno, de la medicina, de mis antepasados?
¿De quién es mi cuerpo si no es mío?

Aunque a veces no me guste,
no tengo otro lugar donde vivir.
¿Dónde viviría sin casa, sin cuerpo?
Aunque me cambie de casa,
aunque me cambie de cuerpo,
yo siempre seguiré siendo el mismo:
¿cambian las cosas si sólo se modifica la fachada,
el exterior, la superficie, la piel?
Yo no soy mi exterior
–son mi naturaleza, mi sustancia, mi carácter que me conforman.

Pero estos espacios físicos también me llevan consigo,
no sería yo sin ellos.
El exterior y la materialidad protegen,
preservan, proyectan.
Son mi espacio en el mundo,
mis etiquetas, mi presentación.
Son mi lugar, donde perduro a lo largo del tiempo
–sin ellos, no soy, no vivo, no estoy.
Aunque no me representen,
mi cuerpo y mi casa son mis espacios habitacionales,
donde encuentro un rinconcito para existir.

¿Bastaría entonces el habitar/me, hacer estos lugares míos?
Crear un hogar en casa,
construir un género en el cuerpo.
Quiero pertenecer.
Que estos lugares me pertenezcan.
Quiero ser parte de ellos.
Quizá debería tratar al cuerpo como una a casa:
transformar,
reconstruir,
hacerlx míx.
Y es que el cuerpo y la casa tienen importancia vital:
las políticas género-corporales,
así como cualquier otro tipo de política,
aparecen dentro de un contexto social-cultural,
determinando cómo somos percibidxs
y cómo nos relacionamos con el resto
–desde una fórmula hegemónica,
patriarcal y de supremacía blanca.
Aprender a navegar a través de las políticas del cuerpo
también implica muchas veces romper
con esas mismas reglas que nos imponemos entre nosotrxs,
crear nuestras propias reglas,
cambiarlas a nuestro parecer.

Modificar el cuerpo,
rediseñar la casa,
crecer,
expandir,
transformar: todo esto parte de un proceso transitivo,
que en realidad nunca llega a acabarse.
Siempre estoy en una transición:
conociéndome, reconociéndome,
peleándome y amistándome conmigo mismo.
Me transformo constantemente, en mi hogar y mi género.

Me hago yo.

El camino transitivo,
de creación y reformación,
es mi forma de habitar.

Soy el diseñador de mi propia materia,
cambiando mi forma continuamente,
evolucionando junto a mi persona
–y no es que haya nacido
en el lugar/casa/cuerpo incorrecto,
pero al vivir dentro de un esquema social y cultural,
estoy inserto dentro políticas que gobiernan mi materialidad.
No existo en el lugar erróneo,
porque no hay lugares erróneos:
no hay cuerpos malos ni casas falsas,
sólo percepciones sesgadas, limitadas, manipuladas.
Todo cuerpo puede habitarse con un género,
toda casa puede transformarse en un hogar.

Soy el arquitecto de las nuevas miradas,
de las nuevas comprensiones,
de los nuevos entendimientos del cuerpo y de la casa,
de las nuevas configuraciones de lo habitable.
Creo e invento nuevos paisajes sociales,
territoriales, habitacionales.
Un espacio que me acomode,
que se adapte a mí,
que se sienta mío.
Un hogar, un género para mí.
Aquí estoy,
solo,
proyectando mi lugar para vivir tranquilo,
un lugar que me pertenezca,
que me acoja y que me complete
sin una parcialidad ajena.
Creando mi espacio en el mundo.

Mi cuerpo ya es mi casa,
mi casa ya es mi cuerpo.
No logro distinguir entre ambos espacios.
El cuerpo siempre fue mi primera casa,
la casa siempre fue una extensión de mi cuerpo.
Al final, la única coraza, el único contenedor,
el único hogar y el único género que tengo,
es mi casa/cuerpo.

Aquí vivo yo:
en mi casacuerpo, en mi cuerpocasa.