Asfalto sobre el desierto

Si fuera arroyo extrañaría la lluvia



Hace más de diez años que vivo en Buenos Aires, pero la primera mitad de ese tiempo no supe que hay varios arroyos ocultos, atrapados bajo calles y avenidas que había transitado muchas veces. Desde que lo sé sigo sorprendida, cada vez que pienso en esas aguas prisioneras siento mucha tristeza.




Si el arrabal equivalía a malevo, chinas, gauchada, calles de tierra y clases bajas, ¿qué mejor que una buena cantidad de hormigón armado bien liso, pulcro y dominador?

El entubamiento de los arroyos porteños es muchas cosas: acción política, dominación de la tierra, aplastamiento y eliminación de todo un ecosistema. Es el progreso contra la antigua y todavía latente “barbarie”. Es lo manso sobre lo inestable, lo recto sobre lo salvaje, el ocultamiento sobre la visibilización. Es esa lectura del “desierto” como algo a conquistar: conquista que implica ocultar y olvidar. 
Debajo nuestro se acumulan y superponen cosas, capa sobre capa está archivado cada momento geológico. Pero estos arroyos no se escondieron solos. Alguien, algunos, varios los hicieron desaparecer.




Murmullos 01


Estoy entubada. Encerrada entre la tierra y la ciudad, en un espacio suspendido en el tiempo. Es un espacio vacío, con aire de nada.
Quiero ver luz y respirar aire, quiero expandirme mucho hasta agrietar el hormigón que me cubre, quiero salir de este sepulcro, quiero presionar esta tapa que está arriba mío, fracturarla, escurrirme entre las grietas y tal vez inundar alguna esquina, algún encuentro de calles, alguna manzana, algún barrio o por qué no la ciudad entera. 

Escucho un murmullo lejano de lluvia. ¡Cuánto extraño esas gotas de agua haciendo círculos en mi superficie!



Foto del interior del arroyo Maldonado entubado, Buenos Aires.  (descripción del reverso de la imagen)
Archivo General de la Nación (AGN)



Extraño el sol, la luna, las mulitas, las vacas, los sauces, los pájaros, el ruido, los caballos, la gente, los autos, los trenes, los colectivos, los accidentes, los cuerpos.
Estoy sepultada, enterrada bajo el asfalto como un nuclear radiactivo al que no dejan salir. ¿Por qué me taparon?
¿Fue por las inundaciones? ¿Por mi olor a tierra húmeda y pantanosa? ¿Por los animales y bichitos que vivían conmigo?
¿Será por lo aleatorio de mi topografía? ¡Pienso en lo hermoso que podría ser mi encuentro con esa grilla que llamaban de Indias!
Pero a mí no me escucharon. Y así pasaron, una tras otra, las obras de “progreso y civilidad” que cubrieron al Vera, al Maldonado, al Cildañez, al Elía, al Medrano, al Ochoa, al Raggio y al White.



Murmullos 02


Prácticamente todas las personas retratadas en la imagen están con las manos en la obra, excepto el señor vestido de negro, que está parado con las manos en los bolsillos y la mirada enfocada en la cámara. Además de su pose canchera, es el único vestido de negro en la foto, sombrero incluído. Tal vez sea el jefe de obra.

Y tal vez mira de reojo al obrero que está al lado suyo.


     El lecho del Maldonado listo para poder emplazar las columnas de cemento que sostienen las vigas y viguetas de la losa. A la derecha, el curso del arroyo desviado provisoriamente para poder trabajar sin entorpecimiento. Octubre 1929. (descripción del reverso de la imagen)
Archivo General de la Nación (AGN)




Murmullos 03


Sus manos, sus rostros, su mirada. Algunos pocos personajes toman la decisión, pero muchos otros materializan esas decisiones.
Sus miradas dicen cosas. Nos recuerdan que hay diferentes roles sociales, distinguibles según vestimentas, posturas corporales, miradas o acciones.

¿Tienen boina o sombrero? ¿Tienen la ropa sucia o limpia? ¿Parecen visitantes de paso o están allí desde hace meses? ¿Tienen corbata? ¿Tienen saco? ¿Su mirada es fija y pausada o inquieta y dubitativa? ¿Esperan órdenes o sólo observan con atención, pero a vuelo de pájaro?


Armando el rejado metalico de una columna que descansa sobre solidísima base de hormigón. Octubre 1929.
(descripción del reverso de la imagen)

Archivo General de la Nación (AGN)



Murmullos 04


      
Arroyo Maldonado.
(descripción del reverso de la imagen)
Archivo General de la Nación (AGN)


Los niños están en su aventura. Juegan con el agua y caminan sobre el barro apisonado. Algunos están descalzos. Un par tienen el guardapolvo, arremangado o desabotonado, como alguien que se relaja después de cumplir con su obligación.
Es la caminata de salida de la escuela. Es el recorrido en el que se encuentran con otros amigos del barrio que van a otra institución o que no van a clases.
El recorrido no es lineal, se amolda por los eventos urbano-geográficos y varía según las incorporaciones o abandonos de sus integrantes.

Tres de ellos miran a cámara. Uno sonríe y se entrega. Otro,desprevenido, no sabe qué hacer ni qué pensar. El tercero, con un palo con la mano derecha, mira a cámara con rabia. Tiene ganas de correr y escupirle en el lente. En esa cámara ve una amenaza: que los fotografíen indica que algo está por suceder, que algo va a cambiar ese lugar que para ellos significa la libertad. Este niño sabe que pronto el arroyo ya no va a ser suyo.







A la altura del techo había una especie de ventana alargada que miraba al arroyo. Con las dos manos recibió Rosendo el cuchillo y lo filió como si no lo reconociera. Se empinó de golpe hacia atrás y voló el cuchillo derecho y fue a perderse ajuera, en el Maldonado. Yo sentí como un frío.” 

El hombre de la esquina rosada, J L Borges


Hay una ronda de diez hombres vestidos de traje. Algunos también llevan sombrero o bastón. Son todos blancos y de porte altivo, tienen bigote y fuman cigarros. Algunos se desean entre sí, pero la mayoría de ellos intentan ocultarlo. Otros se regodean en sus propios pensamientos sobre sí mismos, piensan en lo importantes y buenos ciudadanos que son. Varios, un poco inseguros de lo que hacen, tiemblan por dentro y piensan en el después, en cómo será.
La reunión es en un salón rectangular. Cuando entran conversan un rato de pie y les sirven algo para tomar. Se sientan alrededor de una mesa larga de madera oscura. Hay un poco de humo que sale de los cigarros y algún que otro documento sobre la mesa.
Se abre la votación. El que está sentado en la cabecera habla y todos escuchan. Escuchan y asienten. Excepto uno, el contrariado del grupo, el que sabe que todo va a ser más gris, aplanado y pulcro, pero triste. Probablemente otros también dudan, pero se dejan llevar por la oleada. Es la inercia del político.

Termina la votación y todos contentos proclaman: -¡El cemento es la posta, la naturaleza ya fue!


Así imagino el momento en el que un grupo de gente decidió tapar los arroyos de la ciudad de Buenos Aires con toneladas de hormigón. Ese momento fulminante en que dijeron “Tapemos los arroyos. ¡Sólo juntan mugre y cadáveres!”.






La tecnología no es nada sin la intención humana. Las decisiones tecnológicas son decisiones humanas.

  Tomando un camino a lo Donna Haraway en su libro Seguir con el problema, me proclamo en contra de la fé ciega en soluciones tecnológicas y de posiciones nihilistas que sostienen que no hay nada para hacer, que no tiene sentido intentar mejorar la situación. Con este compendio de cosas quiero seguir con el problema, abrirlo, exponerlo, volverlo figura y volverlo fondo, hacerlo humano, muy humano, dolorosamente humano.


Este análisis no es científico ni histórico, es pura fantasía.